
Malos tiempos para la lírica
Bertolt Brecht
Avanza lenta. Sin prisa, pero sin pausa. Tan lenta a veces que parece detenida, pero es un espejismo, un efecto óptico, porque está avanzando y se traga la luz y deja sobre las cabezas el peso del plomo y su gris oscuro. Viene de lejos, asoma rotunda por el horizonte, copando la anchura del espacio, borrando el azul.
La espesa niebla ocultó entonces, en otro tiempo, toda razón. El humo de las hogueras, el olor a papel quemado, a tinta volatilizada, a palabra perdida para siempre, cubre el mismo aire hoy de aquel otro que se asemeja engañosamente distinto, cuando las piedras impactaban contra el maestro en la escuela y era el niño movido por sus padres quien las arrojaba con saña. Parece que la línea horizontal del tiempo se revolviera contra sí misma, como la serpiente que en un acto de constricción estrangula a su presa, para someterla primero y asesinarla después. Un retorno en el que hemos muerto incontables veces asesinados con la ferocidad y la iniquidad de la alimaña, porque cualquier especie resulta más compasiva que el ser humano.
Avanza lenta. Es la Historia. Se instala un tiempo viejo que no hemos detenido a pesar de haber visto cómo se iba posicionando sobre nuestras cabezas. «Porque el tiempo es la sombra de la eternidad», advirtió Platón, caminamos condenados a vivir una y otra vez lo peor de nosotros mismos, de nosotras mismas, condenados a la sombra, por haber despreciado, infamado, mancillado, vilipendiado, deshonrado, ultrajado la Historia, por haberla borrado deliberadamente. Los dientes finos y afilados de las terribles bocas de los endriagos aguardan nerviosos, jadeantes y hambrientos para salir de la oscuridad de la caverna y devorarnos. Luego, cuando nada quede, nos preguntaremos, como lo hicimos en aquel otro tiempo, en todos los tiempos repetidos, en qué momento, de qué manera, por qué fue que abrimos compuertas para que saciaran el ansia con nuestra carne.
Todo fue hermoso en aquella tarde única, ma soeur,
y nunca más después
claro que sólo me quedaban ya los grandes pájaros
que al atardecer tienen hambre en el cielo oscuro.
B. Brecht.